FA/CMR
La base de la sociedad que conocemos es la confianza.
Tenemos fé en el otro, creemos en él. Frente a un semáforo estamos seguros que estando en rojo se detendrá sin atropellarnos. Confiamos que podemos darle nuestros datos de pago a su negocio pues sólo se usará para pagar lo que compramos. Tenemos la certeza que el chofer de uber nos llevará a nuestro destino, que el repartidor traerá lo solicitado y si no fuera así, se hará responsable.
En buena parte de Estados Unidos por ejemplo la confianza es tan evidente, que la gente no cierra sus casas con llave y tampoco sus vehículos, confía que nada pasará.
Cuando uno como turista ingresa a este país, el funcionario de inmigración y aduanas que siempre lo convertirá a usted por unos minutos en sospechoso, espera que sus respuestas sean creíbles y verificables, de lo contrario usted está en graves problemas. Pareciera que el pecado más grande que puede cometer un ciudadano aquí es mentir, el perjurio.
Pero ¿qué ocurre cuando la base de esa confianza empieza a fracturarse? ¿Cuándo entre la verdad y la mentira hay tantos matices que se cuela eso que parece un absurdo, la llamada post verdad? ¿Qué pensará el espectador de la información cuando la noticia adquiere un nuevo género, como lo es el Fake News? ¿Cómo puede un país que se basa en la confianza asumir como noticia una falsedad, una mentira y darle el mismo valor que una noticia verdadera?
En estos días complejos de 2021, enfrentamos liderazgos que se construyen montando laboratorios de divulgación de información falsa del contrario, figuras que se crecen generando escándalo y polémica porque la reflexión no genera rating, retuits, tampoco likes y mucho menos, atención.
Algo malo ocurre en un país donde no se acepta la verdad, y se usa la mentira para generar violencia. Algo muy malo ocurre cuando quienes les gobiernan no pueden ser juzgados por sus partidos pues sus miembros temen perder las elecciones, antes que perder la democracia de su propio país.
Hoy hemos sido testigos de argumentos y contra argumentos, de excusas, de acusaciones, de trampas de leguleyos con oscura reputación. ¿Dónde queda la responsabilidad del político, ése que los ciudadanos eligen para que les represente en el Congreso, aquel que esperan salvaguarde la ley y genere nuevas normas que permitan mantener una convivencia en paz?
Si quien se juzga hoy, repitió una y otra vez una mentira, aseguró ganar elecciones que perdió, afirmó que se había cometido un fraude que nunca se verificó a pesar de las acciones realizadas para demostrarlo, atacó a los medios como enemigos del pueblo por afirmar el triunfo de su contrario, invitó a sus seguidores a irrumpir en las salas de conteo, para finalmente invitarlos a defender con fuerza su triunfo en el propio Capitolio, ¿Cómo puede ser inocente frente a sus propias mentiras? Acaso ¿las palabras de un líder no tienen repercusiones y sólo cuentan los minutos antes o después de un discurso exaltado?
Le pregunto a usted, padre o madre de familia, que puede que no le interese mucho la política, o ya esté cansado de ella ¿qué hace usted frente a un hijo que le miente repetidamente y con sus acciones genera consecuencias graves?
Si usted es de los que le conmina a cambiar o le reprime con argumentos y le pone nuevos límites pues ha quebrantado su confianza, de seguro podría ser hoy uno de los que juzgan en el Senado la conducta del Ex presidente Trump. Pero no, dirá usted, pues no es abogado ni tampoco senador.
Y sin embargo, cuánta falta hace ese buen juicio suyo, en un escenario servido para exponer al desnudo de qué fibra moral está hecho Estados Unidos.
