No es una Navidad más, ni en Belén ni en ningún lado. Como en gran parte del mundo, las familias cristianas de Tierra Santa se verán obligadas a celebrar las fiestas separadas, en sus hogares y en el marco de una de las peores crisis que les ha tocado vivir.
La ciudad de Belén, cuna del cristianismo, tuvo una Navidad distinta, marcada por una pandemia que le privó de las habituales multitudes. Sin embargo, la comunidad local encontró en esta festividad un respiro del incesante sufrimiento sanitario y económico que enfrenta hace meses.
«Tristeza», fue la palabra que más se escuchó entre las figuras religiosas y políticas que circularon por las calles de Belén. Todas estaban decoradas con tantas luces navideñas como puestos de control policiales, que buscan hacer cumplir las duras restricciones que rigen en todo el territorio para frenar la pandemia.
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La ceremonia principal se concentró en la Plaza del Pesebre, ubicada frente a la Basílica de la Natividad. Esta vez estuvo cercada por numerosas vallas para evitar lo que imaginaban sería una gran concentración de gente.
En contraste con los miles de peregrinos que año a año se congregan en la plaza y se amontonan en las tiendas de recuerdos, esta vez fueron solo unos pocos cientos de palestinos, sobre todo familias, que desafiaron al frío y la lluvia; se pusieron sus mascarillas y salieron de sus casas rumbo al centro de las celebraciones.
Algunos por el solo hecho de salir de casa, muchos para respirar un poco del ambiente festivo y otros para dar una alegría a los niños. «La Navidad es la Navidad, y es muy importante para nosotros celebrarla aquí en Belén, con o sin turistas», dijo a Efe Amjad, dueño del local de iconografía religiosa más cercano a la Basílica, que reconoció no haber vendido un solo producto en toda la jornada mientras observaba.